Las rabietas llegan sin aviso: un "no" a una galleta, una camiseta que no quiere ponerse, o simplemente un día difícil... y boom 💥, tu pequeño estalla. Llora, grita, se tira al piso y tú solo piensas:
"¿Qué hago ahora? ¿Le ignoro? ¿Le grito? ¿Lo calmo? ¿Estoy criando mal?"
Respira.
Las rabietas no son un fallo de crianza.
Son una parte natural del desarrollo. Y con el enfoque correcto, pueden ser una oportunidad para educar con amor y enseñar habilidades emocionales que les durarán toda la vida.
¿Por qué hacen rabietas los niños?
Entre el año y los 4 años, los niños están desarrollando su cerebro emocional.
Sienten mucho, pero aún no saben cómo expresarlo ni autorregularse. Su mundo cambia constantemente, y cosas que para nosotros son pequeñas, para ellos son enormes.
Las rabietas son su forma de decir:
"Estoy frustrado", "no entiendo qué está pasando", "quiero hacer esto solo", o simplemente... "necesito que me contengas."
No necesitan castigo. Necesitan guía.
Cuando un niño tiene una rabieta, su cerebro está en modo “tormenta emocional”. No puede razonar, no puede aprender, no puede escuchar. Por eso, gritar o castigar no enseña nada… solo los asusta o desconecta de ti.
Lo que más necesitan es que tú te mantengas calmada, disponible y amorosa.
No es fácil, lo sé. Pero cada vez que eliges la conexión por encima del control, estás sembrando una relación fuerte, basada en confianza y respeto.
Tips que SÍ funcionan (de verdad)
1. Valida sus emociones, aunque no su conducta
Decir “entiendo que estés enojado” no es lo mismo que decir “está bien que pegues”.
Puedes poner límites firmes sin dejar de ser empático.
💬 “Veo que estás muy frustrado porque no puedes tener eso. Estoy aquí contigo.”
2. Ofrece contención, no control
No trates de razonar en medio de una rabieta. Solo mantente cerca, respira, y espera a que la tormenta pase. Tu presencia segura es más poderosa que mil palabras.
💬 “Te abrazo cuando estés listo. Estoy aquí.”
3. Anticipa lo predecible
Muchos estallidos ocurren por hambre, sueño o sobreestimulación. Crea rutinas estables, avisa antes de transiciones (“en 5 minutos guardamos los juguetes”), y mantén su entorno lo más previsible posible.
4. Modela la calma que esperas
Sí, es difícil. Pero tú eres su ejemplo. Si tú pierdes el control cada vez, le estás enseñando que gritar o explotar es una forma válida de comunicarse.
Respira profundo. Baja la voz. Mantén el tono firme y suave.
5. Después de la tormenta, llega el aprendizaje
Cuando ya se ha calmado, entonces sí, pueden hablar. Ponle nombre a lo que sintió, ayúdalo a entender qué pasó y ofrécele otras formas de expresarse la próxima vez.
💬 “Estabas muy enojado. La próxima vez podemos decir ‘estoy molesto’ en lugar de gritar.”
Criar con firmeza y ternura es posible
Educar sin gritos no es dejar hacer lo que quieran.
Es poner límites con amor, acompañar sin romper el vínculo, enseñar sin herir.
Sí, las rabietas son intensas.
Sí, hay días que terminan con lágrimas (de ellos y tuyas).
Pero cada vez que eliges la calma, estás construyendo algo profundo:
un niño que confía en ti, y que un día sabrá confiar en sí mismo.